Carta a Santos Mañes
Querido abuelo,
Soy tu nieto Carlos, uno de todos
esos nietos a los que no pudiste abrazar. Soy el hijo de Carlitos, como te
referías a mi padre en tu carta de despedida, desde la cárcel de Porlier, donde
te recluyeron tus asesinos, los que te darían muerte después de haberte
achacado el delito de adhesión a la rebelión. No cabe mayor cinismo que los
sublevados os tacharan de rebeldes a vosotros, a quienes hicisteis todo lo
posible para defender al legítimo gobierno, el de la República.
Tu carta, a la que he tenido
acceso hace escasas semanas, me ha conmovido profundamente. La serenidad que
demuestras en tus últimas horas de vida es extraordinaria. Tu conciencia
tranquila por el deber cumplido. Tu asunción de que la defensa de la legalidad
en los puestos que te encomendaron te cuesta la vida, lo que te llena de
orgullo. Tu actitud es admirable y te sitúa a años luz de tus verdugos, en
términos de valores, de honestidad y valentía, y deja el listón muy alto a
quienes llevamos tu apellido.
Tu muerte dejó tanto dolor a tus
hijos, que apenas hablaron de ti en toda su vida. Hasta hace bien poco, sólo sabía
que te habían matado al finalizar la guerra. Que tenías una imprenta en Madrid,
en la calle Conde Duque, donde te dedicabas a imprimir libros de texto para una
orden religiosa. Que los mismos que te daban el trabajo te propusieron
comprarte la imprenta y que tú fueras su testaferro. Que como te negaste,
dejaron de darte trabajo y te arruinaron. Y poco más. Cuando preguntaba a mi
padre más detalles sobre ti, se cerraba de dolor, y yo no me atrevía a ahondar,
porque hay que respetar el dolor de quien te perdió cuando sólo tenía 9 años.
Después de décadas de silencio,
hace poco más de dos años me propuse derribar esa barrera e indagar sobre ti.
Las tecnologías de este siglo me han permitido avanzar rápidamente. Tu nombre
sale en varios archivos, también en algún libro. Pude averiguar la fecha de tu
nacimiento, la de tu muerte, que ni eso sabía, y he tenido acceso a los
sumarios de la farsa legal a la que te sometieron. Todavía me falta mucho por
investigar, pero ya tengo pistas que me permitirán seguir sabiendo de ti.
Porque, aunque no te conocí, te añoro, porque crecí sin ti, cojo de un abuelo.
Tus muchos hijos salieron
adelante, y mi padre siempre menciona con mucho agradecimiento a Doña Pilar, la
médico de la Cruz Roja que los atendía. Ella se preocupó de buscarles sitio en
un internado, y de que estudiaran algunos años, pocos, hasta que la necesidad
les obligó a ponerse a trabajar, desde muy jóvenes.
Tu hijo Carlitos heredó de ti el
oficio: trabajó hasta su jubilación en imprentas. Yo creo que saqué de ti, y de
mi padre, la pasión por las letras, aunque mi madre, Julia, me cuenta que me
viene de tu mujer, Dolores, que te sobrevivió veinte años. A tus nietos nos ha
ido mejor que a tus hijos, gracias a su sacrificio, porque invirtieron su vida
literalmente en nuestra educación. Debes saber que tienes nietos que son
ingenieros, economistas, abogados, investigadores, arquitectos… Yo heredé de ti
la pasión por la política: estudié sociología, y soy delegado sindical en la
empresa en la que trabajo. Tal y como pedías a tus hijos en tu carta que
llevaran sus trayectorias, sin yo saberlo hasta ahora, he procurado hacer: “con
la brújula puesta hacia la clase trabajadora”.
Me gustaría poder contarte otra
historia, pero desgraciadamente los fascistas se quedaron durante décadas con
el poder. Hasta 1975 no murió el dictador, y sólo entonces se inició una
transición hacia una democracia parlamentaria. Hecha bajo la bota de los
militares, las heridas de la guerra se saldaron con una amnistía para los
asesinos y el olvido para las víctimas. En lugar de abrir las fosas y osarios,
y levantar las cunetas donde yacíais y seguís yaciendo, para honraros con digna
sepultura, se optó por echar más tierra encima: la que acumula el tiempo.
Muchas otras personas me
precedieron en la búsqueda de sus familiares asesinados y, gracias a ellos, he
podido participar, el 13 de abril de 2019, en un acto de homenaje a todos
quienes fuisteis asesinados en la tapia del Cementerio del Este, en Madrid. Mi
intervención, contando tu historia, fue una manera de romper el muro de
silencio que te rodeaba, y de reivindicar tu honestidad y tu sacrificio: “Por
una sociedad mejor luché y caí”, decías en tu carta de despedida. Espero que el
memorial en el que se está trabajando, próximo al lugar donde falleciste, sea
pronto una realidad que sirva para rescataros públicamente del olvido al que
algunos os querían condenar.
80 años después del fin de la
guerra, los familiares de las víctimas todavía seguimos luchando para
rescataros del olvido en el que los herederos políticos de vuestros asesinos os
pretenden mantener sepultados. No lo conseguirán. Pasaron entonces, pero esta
vez no pasarán.
80 años después, seguimos en la
lucha, querido abuelo Santos.