Ya ves, por fin te escribo
Nuestra familia no tiene ninguna
carta póstuma del abuelo. ni tan siquiera de capilla. ¿Ángel Montero Álvarez no
la escribió? O quizás por extraños intereses se ocultó a parte de la familia. Decir
que yo, su nieto, siento una profunda admiración y reconocimiento al abuelo Ángel,
es obvio, y que en más de una ocasión me he imaginado que me diría si
hubiésemos tenido oportunidad de hablar, aun sabiendo el dolor intenso, difícil
de soportar que me invadiría. Sin embargo, es necesario, diría el abuelo Ángel,
y su supuesta carta sería esta:
Mi querido nieto:
Ya ves, por fin te escribo.
Siempre hemos tenido una conversación pendiente. Sí, ya sé que no es por falta
de ganas ni porque no tengamos nada que contarnos, que es mucho, pero sabes,
sabemos, que no es fácil: removeremos sentimientos y emociones, pero alguna vez
habría que hacerlo.
Ya sabes, no pude disfrutar de
los nietos, ni siquiera me dejaron disfrutar de los hijos. Yo no lo elegí… me
lo impusieron. Uno no elige esclavitud, tiranía, guerras, muerte...Eso lo
decidieron otros. Tuve que escoger y lo hice.
Se que te gusta leer, como a mí,
y que, aunque nunca pude hojear a Mario Benedetti, ya sabes, no me dejaron,
hago míos sus poemas y me dije: uno, Ángel, no siempre hace lo que quiere pero
tiene el derecho de no hacer lo que no quiere. Y así, no quise someterme a la
vergüenza de ganar un miserable jornal mendigando un sitio en la cuadrilla de
peones que el capataz, fiel perro de su amo el patrón, elegía todos los días en
la plaza del pueblo, como tampoco mi mano recogía una papeleta de voto, junto a
un dinero miserable, de la derecha. Porque una cosa es, volviendo a Benedetti,
morirse de hambre y otra morirse de vergüenza. Y así esta mano encallecida,
dura, agrietada del trabajo diario, se fue cerrando hasta formar un puño de
rechazo, de protesta, de conquista…. Pero esto lo elegí yo.
Y de esta manera, todos los días
de mi vida, pude mirarme limpio, con modestia, en el espejo de la honestidad,
la justicia y la honradez. El mismo espejo en el que, juntos, mis compañeros de
lucha y sacrificio nos reflejamos: Candelas, Luciano, Tomás Montero, Tomás
Labrandero, Frutos, Aniceto, Justo, Eusebio, Pilar, Emilio y tantos y tantos
otros. Espejo en el que, como decía nuestro querido Miguel Hernández, “hay un
rayo de luz en la lucha que siempre deja la sombra vencida” y te prometo que es
así y así lo vemos todos.
De modo que, mi querida Clotilde,
queridos hijos, nietos, hoy puedo acordarme de todos, reconoceros y que os
reconozcáis en mí. No pude ocuparme de todos vosotros, recuperar nuestra casa
de Majadahonda, evitaros las penurias soportadas durante tantos y tantos años,
llevar feliz un jornal justo ganado duramente sin tener que lamer mano alguna,
amaros, gozaros, creciendo juntos, ya sabéis: no me dejaron.
Pero elegí y me siento orgulloso
haciendo mío tú, vuestro, orgullo: Hoy es un día duro, lo sé, día de recuerdo
en el que el llanto es inevitable, pero retornando a Mario: es mentira que los
hombres no lloran, aquí lloramos todos, pero es mejor llorar que traicionar, es
mejor llorar que traicionarse, llorar…. Pero no olvidéis.
“A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero
que tenemos que hablar de muchas
cosas,
compañero del alma, compañero.”
Jesús Manjón a Ángel
Montero
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