Carta a mi abuelo:
En
Madrid a 7 de mayo de 2019
Llegué a Madrid y todo era nuevo, libre, bonito, grande…..deslumbrante.
Caminaba
sus calles y empezó a flotarme una pregunta en el aire, una pregunta profunda, honda,
ardiente y cada vez más desesperada y mas ávida. ¿Quién fuiste? ¿Cómo eras?
¿Por qué calles paseaste? ¿Dónde viviste? ¿Cómo mirabas? ¿Cómo sonreías? ¿Qué
te pasó?
La
avidez de cada pregunta alimentó otra, y otra, y otra más; así hasta llegar a
todas.
Un
día oí mi nombre en silencio, caminando, perfumado de pasado y limitado por las
nubes de Madrid.
Era
tu grito fuera del tiempo, desafiando a las décadas y clamando a la mujer a la
que amabas. Mujer que tenía mí mismo nombre y era mi abuela. Supe
que eras tu y que me elegias para buscarte y para encontrarte.
Hoy
me veo escribiéndote ABUELO, pero nunca dejo de desafiar a los años, a la vida
y a los malos, hablando pausadamente contigo. Tan a menudo lo hago, que ya
formas parte de mí, sin haberte conocido.
Y
quiero darte una buena noticia. En casa todos seguimos amándote durante todos
estos años. Y por fin tu nombre, quedara escrito atestiguando lo que te
hicieron injustamente.
Podre
pasar mis dedos por el hueco físico que formen las letras de tu nombre en una
piedra. Como cada día que vivo en Madrid, respiro el aire y recibo la humedad
del mismo ambiente que sirve de sepulcro a tus huesos ya deshechos.
Gracias
abuelo, porque desde ti, pude terminar siendo yo.
Salud y Republica.
Ángela de Paz a Feliciano García
No nos
llegó su carta, no quisiste que llegara. Nos quisiste limpias, sin odio, sin
resentimiento alguno y pensaste que su lectura quizá nos enturbiara un poco la
mirada clara que tú nos trasmitiste.
No
quisiste que nos llegara.
Y en
una noche como tantas, de soledad infinita, de amor infinito, de injusticia
infinita, la destruiste.
Pienso
mucho en esa carta, pienso mucho en tus silencios, en tu rabia sorda con los
puños apretados, con los labios apretados y los ojos inundados.
Te
pienso cada día y le pienso cada día.
Recuerdo
cuando siendo muy niña me enseñaste el himno de Riego a escondidas y cuando me decías
que cuando fuera mayor me lo contarías todo. Ni eso te dejo la vida, maldita
vida.
Pero
has ganado, has ganado a la injusticia, al odio, a la mala suerte, al olvido, a
la vida.
Al
final me enteré de todo, aunque hasta la muerte se aliara con el olvido para no dejar que me lo contaras tú .
Al final miramos de frente, sin odio, pero sin
olvido, con la mirada limpia, como la de tus ojos grises.
Al
final el abuelo Feliciano tendrá su homenaje en el lugar donde lo asesinaron y
su memoria y su recuerdo vivirán siempre.
Al
final también cantamos el himno de la República sin escondernos y se lo enseñé
a mis hijas pensando siempre en ti.
Y al
final por fin he entendido que la carta no nos llegara.
Gracias
Marina de Paz a Ángela Benito
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